PRÍNCIPE DE VERGARA, 13
Hoy saltamos las fronteras asturianas para visitar la que fue residencia de Eduardo Jardón en Madrid, de nuevo con la ayuda de su bisnieto Pelayo Jardón.
No es muy habitual ver fotos de interiores de los años 20. La escasa sensibilidad de las emulsiones fotográficas de entonces requería de largas exposiciones que, a su vez, acentuaban el contraste entre luces y sombras, disuadiendo del empeño a la mayoría de los fotógrafos de la época.
La excepcional calidad de estas fotografías, unido al detallado texto de Pelayo, nos brindan una oportunidad única de completar el esbozo que hemos venido haciendo aquí sobre la familia Jardón.
Fue probablemente tras el fallecimiento de su madre, Manuela Perissé, en marzo de 1913, cuando Eduardo Jardón, libre de cortapisa alguna, poseedor de las pingües rentas que le aseguraba su herencia paterna, dio rienda suelta a una esplendidez que bien pudiera calificarse de vocacional. No es fruto de la casualidad que, justo apenas un año después del luctuoso suceso, comenzasen las obras de la villa de Viavélez ni tampoco que, cuando aún no estaban éstas concluidas, se decidiera a abandonar el piso de la calle de Jorge Juan, para instalarse con su familia en una casa en el entonces recién estrenado bulevar de la calle del Príncipe de Vergara.
Si su hermana Luisa, sobria y morigerada, al comprar el solar colindante, optó por construir un edificio de pisos reservándose el principal, Eduardo Jardón, quizá tratando de soslayar los fastidios de arrendamientos y vecindario, decidió levantar una vivienda unifamiliar cuyo proyecto confió, como así había hecho en Viavélez, a quien era a la sazón uno de los más reputados arquitectos españoles: Luis Sainz de los Terreros (1876-1936), fundador de la célebre revista bimensual La Construcción Moderna—sin duda uno de los referentes de la modernidad en la primera década del siglo XX—y que llegó a ostentar durante los años veinte y treinta la presidencia de la Cámara de la Propiedad, de la Diputación Provincial y del Colegio de Arquitectos de Madrid. Su vinculación a las premisas estéticas y doctrinales del movimiento regeneracionista, llevó a Sainz de los Terreros a perseguir la formación de un estilo arquitectónico español moderno—el conocido como estilo “Alfonso XIII”—en el que tuvieron cabida distintas influencias, no solo de raigambre nacional y regional sino también derivadas del eclecticismo decimonónico francés. Entre las obras de Sainz de los Terreros destacan importantes edificios urbanos como el del Círculo de la Unión Mercantil e Industrial de la Gran Vía madrileña (1918-1924), pero también exquisitos ejemplares de hoteles y palacetes aristocráticos como el palacio del marqués de Valderas (hoy Museo de Arte en Vidrio, de Alcorcón, 1916), el hotel del marqués de Rafal, (actual embajada de Bélgica en España, 1913-1918), o el palacio del conde de la Revilla en la calle del Arenal, 9, también en Madrid (1916).
En la fachada de la casa de Eduardo Jardón pueden observarse alguno de los rasgos definidores del estilo arquitectónico de Sainz de los Terreros, como la loggia de recuerdo plateresco, que correspondía a la biblioteca, o las mansardas afrancesadas de la tercera planta, destinada a las habitaciones del servicio doméstico.
Entrando por el portal, a la derecha, unos cuantos peldaños conducían al hall, organizado alrededor de tres grandes arcos. Como se puede apreciar en la fotografía, este zagúan se amuebló con asientos de estilo Régence tapizados de Aubusson. Los suelos de mármol estaban cubiertos de antiguas alfombras turcas y persas. Al fondo, se adivina el salón Imperio y el comedor, estancias ambas que se abrían a un pequeño jardín particular.
A diferencia del comedor de Viavélez, afrancesado y con el matiz ligeramente provenzal que le confiere la madera de roble, el de Madrid se decoró con muebles Jorge II, de caoba de Cuba. Sobre la consola de mármol, descollaba una de las muchas estatuillas art déco de bronce y marfil diseminadas por la casa y firmadas por escultores como Demêtre Chiparus o Ferdinand Preiss. En este caso se trataba de “Hacia lo desconocido: La valquiria”, obra de reminiscencias wagnerianas de la artista belga Claire-Jeanne-Roberte Colinet (1880-1950). A los lados del espejo, una de las puertas correspondía a una vitrina en la que se guardaban otras figuras criselefantinas y piezas de orfebrería de Mellerio. La otra puerta conducía al office y a la cocina.
Justo frente a la puerta de entrada del zaguán, bajo el arco central, la escalera a la francesa conducía a una galería abierta de arcos de medio punto sostenidos por columnas jónicas, que recibía generosamente luz natural de una claraboya superior. Las vidrieras, como las de Viavélez, fueron también encargadas a la casa Maumejean, principal artífice de las más importantes vidrieras artísticas del momento, tanto para edificios religiosos y civiles, como públicos y privados; obras entre las que merecen ser destacadas las del Palacio de los marqueses de Linares en Madrid (actual Casa de América en España), las del edificio Metrópolis, en el chaflán de la calle Alcalá con la Gran Vía de Madrid (1907-1911), las del Banco de Bilbao, Banco de España, y Teatro Calderón, también en Madrid, las de la Catedral de Burgos, en estilo neogótico (adjudicadas en el concurso internacional de Burgos de 1912), las de la Catedral de Sevilla (Capilla de San José, circa 1932), o los hermosos ejemplares de la Basílica de la Asunción, de Santa María de Lequeitio (Vizcaya).
Subiendo a la primera planta, donde se situaban los dormitorios principales, se hallaba el gabinete de confianza, cuyas ventanas se abrían al bulevar. Estaba amueblado con una sillería Luis XVI de nogal. Sobre la mesa hexagonal central, vemos un florero de cristal de Daum, de Nancy; y tras la bergère, en otra mesita auxiliar, una lamparita art nouveau, de bronce y cuentas de cristal, adquirida por Manuela Perissé en la exposición universal de París. Los cuadros de las paredes nos dan una idea de los intereses pictóricos del momento: sobre el canapé, el “castillo de Alcalá de Guadaira”, obra impresionista del malagueño Guillermo Gómez Gil; en la esquina, el retrato de Fernando Jardón Ron, por Eugenio Hermoso; y junto a él, una payesa, de Laureano Barrau. Gran aficionado a acudir a vernissages, Eduardo Jardón adquirió también otros lienzos de pintores adscritos al regionalismo entonces en boga, como el gaditano José Cruz Herrera, los gallegos Fernando Álvarez de Sotomayor y Carlos Sobrino, etc.
Era el Madrid de los tés en el Ritz y las partidas de mah-jongg; de los triunfos de Raquel Meller y Tórtola Valencia; el Madrid frívolo de las novelas de Eduardo Zamacois y de Álvaro Retana; de las ilustraciones de Penagos y de las crónicas mundanas de Monte-Cristo. La lamentable política urbanística de la posguerra acabó con muchos de estos palacetes y hoteles particulares de los que hoy tan solo quedan viejas instantáneas. La de esta fachada apareció en La Construcción Moderna el 15 de mayo de 1927.
Nota 1: las fotos siguen el orden que sugiere Pelayo en su texto: fachada, hall, comedor, galería y gabinete de confianza.
Nota 2: Si quieres darle un repaso a todo lo que hemos visto y contado sobre la familia Jardón, aquí está: el Palacio por fuera, luego por dentro, fotos antiguas de la casa, el fotógrafo Kaulak y la Quinta Jardón.
Todo un lujo, disponer de las fotografias hechas en aquella epoca; y a pesar de las camaras que habia estan muy bonitas. Me encanta el gabinete de «confianza»; muy acogedor e intimo. La fachada me recuerda al palacio de Viavelez, sobre todo la parte alta.
Un saludo.
Mª Luisa, todo ha sido gracias a Pelayo que ha permitido completar una bonita historia ya lejana de lujo y esplendor. Un saludo.